La actual crisis, provocada por la aparición del COVIP-19, que va camino de generar una situación de una complejidad sin precedentes a nivel mundial, ha desatado una oleada de decisiones de los gobiernos de todo el mundo destinadas al intento de contención del virus. Estas decisiones, en muchos casos, llevan aparejada la restricción de derechos individuales consolidados democráticamente como el derecho de movimiento y asociación, el derecho de reunión y otros muchos.
Nuestras sociedades y nuestros gobernantes se han topado con un problema imprevisto, de una intensidad nunca antes vista y con unas consecuencias imprevisibles. Y esté tipo de situaciones sitúan al sistema ante una situación de estrés y posible colapso sanitario que tendría consecuencias aún peores de las que estamos sufriendo. La globalización ha generado múltiples beneficios a nuestra sociedad pero también ha derribado los compartimentos estancos haciéndonos más vulnerables. Podemos definir nuestra sociedad como una sociedad de riesgo global y las pandemias son uno de estos riesgos
Por ello, creo que es indudable la necesidad de adoptar decisiones sin precedentes que indudablemente generarán dudas y controversias pero estamos ante una situación en la que el tiempo de respuesta adquiere un valor incalculable. Es preferible tomar decisiones, aunque algunas puedan ser erróneas que no tomar ninguna y que nuestra inacción se mida en número de fallecidos.
Una de las medidas adoptadas por el Gobierno en el establecimiento de la Situación de Alarma, ha sido el despliegue de las Fuerzas Armadas (FAS) en todo el territorio nacional (a excepción a día de hoy del País Vasco y Cataluña). Y esto, como no, ha generado críticas vertidas desde algunos sectores de la sociedad, sobre todo desde los ámbitos políticos, pero también ha generado dudas y recelos en la población.
¿Por qué motivo el despliegue de fuerzas militares por nuestras calles con la misión de ayudar al cumplimiento del confinamiento de la población, pero también a la limpieza, logística, seguridad, despierta recelos en alguna parte de la población?. Sin duda por múltiples razones, pero no es objeto de nuestro análisis debatir o rebatir éstas y si intentar aportar claridad al asunto.
Comencemos por afirmar que las FAS son un instrumento del Estado y como tal deben utilizarse en aquellas circunstancias que se consideren oportunas. Son un elemento de refuerzo a la sociedad y estructuras civiles para contener y evitar daños irreparables.
La transformación que han sufrido nuestras FAS durante el período democrático post dictadura y su adaptación a los principios de la sociedad a la que sirve han sido constantes. ¿Son las FAS diferentes a la sociedad civil?. Evidentemente que no puesto que las dos surgen del mismo tronco. Los militares que patrullan nuestras calles no han surgido del espacio sino que han salido de la sociedad, son hijos de españoles y españolas como los médicos, albañiles, ingenieros y cualquier otro profesional de nuestro país.
Las FAS han sido y son utilizadas en misiones en el interior de los Estados para reforzar y apuntalar las estructuras civiles, cuando estas atraviesan por circunstancias excepcionales e imprevistas que implican riesgo de colapso o desbordamiento y la aparición de problemas aparejados al propio elemento generador de la crisis.
La capacidad de las fuerzas militares, su funcionamiento y organización, su disciplina, su capacidad para el despliegue ágil y ordenado sobre el terreno, de concentrar medios aparatosos en poco tiempo las sitúan en las mejores condiciones para intervenir en un caso de emergencia. A ello debemos unir la disposición de personal especialmente entrenado para actuar en situaciones de estrés.
Las organizaciones militares cuentan con una preparación técnica, física y moral muy definida, gozando de una flexibilidad, capacidad de adaptación y disponibilidad que las convierte en los medios adecuados para las ocasiones excepcionales.
Digamos entonces que en una crisis de carácter deberíamos ceder sin preocupación alguna el protagonismo a las FAS y las FCSE por su rapidez, capacidad y la seguridad que aportan, para luego, superada la misma, volver a una situación de normalidad regida por las organizaciones civiles.
De hecho las FAS se han desplegado en el exterior con ocasión de grandes catástrofes naturales. Sería un absurdo establecer que nuestras fuerzas militares están capacitadas para operar en el exterior ante catástrofes y no en nuestro territorio. Parece entonces que las pegas al despliegue de fuerzas militares no vengan provocadas por las dudas de operatividad o eficacia sino por establecer criterios u opiniones basados en conceptos relacionados con otras cuestiones.