El día 10 me acosté un poco intranquilo, nervioso, recordando que, al día siguiente, 11 de marzo de 2021, tocaría rememorar aquel fatídico 11 de marzo de 2004, fecha marcada en nuestro recuerdo como aquella en la que que sufrimos el atentado terrorista más grave de nuestra historia. Aquel fatídico día, unas alimañas indeseables del grupo Al Qaeda decidieron segar la vida de 193 españoles y herir a 2057.
En aquella época yo trabajaba todavía en la Inteligencia española y recuerdo haber llegado ese día a eso de las 07:00 horas. Muchos días me incorporaba a esa hora, tomaba café con mis compañeros y departíamos un rato sobre asuntos de trabajo o sobre cualquier otra cuestión y después nos incorporábamos al puesto de trabajo de cada uno. Tengo grabadas en mi retina las caras de mis compañeros cuando, pasadas las 07:30 horas, comenzamos a recibir las primeras noticias de las explosiones. Nuestros compañeros especialistas en terrorismo corrían para incorporarse a sus puestos y los demás nos mirábamos con incredulidad, con asombro. A medida que las noticias se fueron confirmando nuestros gestos tornaron del asombro a la rabia y la impotencia.
Este atentado era muy grave en cuanto a las cifras de fallecidos, pero tengo que reconocer que esa rabia e impotencia ya la había sentido antes. Desgraciadamente hemos sufrido la lacra de ETA durante muchos años y también ha causado cientos de víctimas y miles de heridos y afectados. La realidad es que cuando trabajas allí y ocurren estos acontecimientos, siempre te sientes culpable, siempre piensas que podríamos haber hecho más, siempre buscas un momento, una decisión, algo en lo que pudiéramos habernos equivocado. Lo he vivido en estos y otros momentos y es una de las características de esa vida, cuando todo sale bien no sales en ningún lado y cuando las cosas salen mal te sientes responsable.
Después llegó el 3 de abril de 2004, cuando los terroristas, perseguidos y acorralados en un piso de Leganés, decidieron no entregarse e inmolarse, matando a un veterano miembro de los GEO. Aprovecho para recordar a su familia y en especial a ti, un fuerte abrazo en este día tan triste para ti y para los tuyos.
Lo días posteriores al atentado prefiero no recordarlos. Fueron días de intrigas, de instrumentalización, de reproches de unos a otros, de vuelcos electorales y de acusaciones de todo tipo, escenas típicas de las películas políticas, como siempre ajenas a la realidad que les rodea. Siempre recuerdo, cuando me viene a la cabeza la palabra “política”, una definición magistral que un día leí y que ya siempre viaja conmigo: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.
Este artículo no es para hablar de políticos, ni de sus actos, es para reflexionar sobre una cuestión preocupante, nuestra tremenda facilidad para olvidarnos de nuestros muertos, de nuestros caídos, los civiles y los militares, los de derechas y los de izquierdas, porque yo hablo de muertos y de nada más.
Está claro que el cerebro humano utiliza el olvido como uno de los métodos para superar los momentos trágicos y seguir viviendo, cuestión lógica porque necesitamos continuar nuestro camino. Lo que ocurre es que en España el olvido pasa a la categoría de permanente en un breve espacio de tiempo y, para las generaciones futuras, a la categoría de inexistente por desconocimiento. Quizás por eso somos proclives a establecer los días del “agrupamiento”, es decir, el día de los enamorados, el día de todos los santos o el día de todos los difuntos. Dentro del ámbito militar también se hace y es por ello que tenemos la tumba del soldado desconocido. Así con unos cuantos días los recordamos a todos, o no, pero tienen su día.
Pero pongamos un ejemplo contrario al nuestro, los Estados Unidos de Norteamérica. Si uno visita el cementerio de Arlington, en Virginia, a orillas del Potomac, se topará con que fue inaugurado durante la Guerra de Secesión y allí se encuentran militares caídos en todas las guerras en las que el país ha participado hasta la actualidad. Pero si nos trasladamos al National Mall nos toparemos con el monumento a los caídos en Vietnam y si paseamos por la Zona Cero, podremos maravillarnos con el monumento a las víctimas de los atentados del 11S, realmente impactante, como también lo es el impresionante museo que conmemora aquella tragedia.
Aunque no es necesario viajar tan lejos porque tenemos ejemplos de igual respeto por los que han muerto en situaciones excepcionales en Francia, Inglaterra, Italia y otros muchos países. Si pienso en Francia, me viene a la memoria, además de los maravillosos monumentos en todas las playas del Desembarco de Normandía, el día en que los terroristas islámicos hicieron estallar varias bombas en las inmediaciones del Estadio de Francia, el 13 de noviembre de 2015, mientras jugaban un partido amistoso las selecciones de Francia y Alemania. Recordarán ustedes como el público abandonó el estadio ordenadamente y cantando el himno nacional, un ejemplo para el mundo, aunque aquí no podría darse nunca porque ni hemos sido capaces de elegir una letra para nuestro himno ni identificaríamos a los que la cantarán con patriotas sino con adjetivos provenientes de la incultura, el manejo político o la insensatez.
De hecho, me permito recordar el significado de patria: “La patria es aquel lugar natal o adoptivo con el que un individuo siente un vínculo afectivo, histórico o personal”. Incluso características como la gastronomía, el clima o las tradiciones tienen un impacto muy importante en aquello que cualquier individuo considera como propio de su patria. Por tanto, atendiendo a la propia definición, y sin tintes políticos que lo manchen, yo me siento patriota, ósea, amante de mi tierra, de mi gente, de mis costumbres. Y cuando hablo de patria y de costumbres me refiero a que me gusta el marisco gallego, la huerta murciana, el rebujito andaluz y el albariño, pero también el cava catalán y el pan con tumaca, las procesiones de Sevilla y las fiestas de moros y cristianos de Alicante, los poemas de Alberti, los relatos de Camilo José Cela y las obras de Calderón. Podría estar folios y folios describiendo lo que para mi significa ser español, el orgullo que siento de ello y el amor que siento por mi país y, por tanto, también podría escribir folios y folios sobre el dolor que me produce cuando mis compatriotas son asesinados en actos terroristas.
Todos los que fallecen se merecen un recuerdo especial, el de sus familiares y amigos, el de sus allegados, pero aquellos que mueren por efecto de un atentado terrorista, creo que se merecen un recuerdo especial, el recuerdo público general, el reconocimiento de todos nosotros, de sus compatriotas, para así recordar que esta vez han sido ellos pero que nos atacan a todos y que en otra ocasión podemos ser nosotros, para recordar que no se lo merecían y ya no están, para recordarle a sus hijos, padres, madres y familiares que estamos con ellos, que no los olvidamos. Creo que todo esto es una obligación, es nuestro deber, el deber de defender a nuestra gente. Y en el fondo, tristemente, los que no atienden a estos deberes, y los rechazan de plano, lo hacen por tres cuestiones fundamentales: incultura, comodidad o cobardía.
Mi reflexión se produce porque me he asomado a los periódicos del día 11 de septiembre por la mañana y pude observar que algunos publicaban el recordatorio en pequeñito, otros en páginas interiores y otros se acordaron al mediodía. Pero es más grave, como puede uno asomarse a cualquier calle de la ciudad en la que vive y percibir que muchos se han olvidado, que otros no quieren recordarlo y, más grave aún, que muchos jóvenes ni saben lo que ocurrió en esa fecha. ¿Pero qué nos está pasando?, ¿dónde está nuestra humanidad?, ¿qué tipo de sociedad estamos creando?.
En cambio, todos los titulares de la prensa los acaparaba el terremoto político de Murcia y la convocatoria de elecciones anticipadas en Madrid. El resultado, analizado con lógica, es que un hecho que fue trascendental no lo recordamos y uno que es otro espectáculo lamentable es noticia en primera plana. Pues así funcionan nuestros cerebros.
Creo sinceramente que nos estamos convirtiendo en seres superficiales, que recorren su camino sin profundizar en nada. Somos, cada vez más, una sociedad sin valores y eso tarde o temprano se paga. Señores españoles, despertemos que ya está bien, sintámonos orgullosos de un país que ha tenido una historia gloriosa y ha sido parte muy importante de la historia universal. No tengamos vergüenza de respetar a nuestros muertos porque ellos y sus familias se lo merecen y nosotros se lo debemos y ya forman parte de nuestra historia, esa que nos convierte en lo que somos.
CEO en High Strategies Intelligence Consulting