El totalitarismo encubierto

Desde pequeño mis padres me enseñaron que en la historia de mi vida me toparía con personas buenas y malas, personas que sería bueno que estuviesen a mi lado y personas de las que me debía mantener alejado, personas que han nacido y viven para hacer daño y personas que luchan para que estas no triunfen.
Mi abuelo me recalcó las enseñanzas, había luchado en la Guerra Civil y fue herido dos veces, había vivido la barbarie de la guerra en directo y sabia lo que costaba un mundo en paz y cuanta sangre se había derramado por los derechos y libertades. Yo siempre me mantuve atento a mis mayores y sus enseñanzas y soñaba con estar algún día preparado para unirme al equipo de los que peleaban en primera línea contra los “malos”. Y créanme que lo conseguí, me preparé, escuché a mis maestros, atendí a las lecciones de mis veteranos y llegué, alcancé el objetivo de pertenecer al grupo de los que se “baten el cobre”. Y pueden creerme si les digo que me batí el cobre con valentía, asumiendo riesgos y en ocasiones con miedo, como corresponde a un valiente, porque los que no lo tienen no son valientes sino inconscientes. Durante toda esta etapa fui feliz, asumiendo todos los costes que este tipo de vidas te producen y curando las heridas recibidas, y no me refiero a las físicas, porque esas si no son mortales se curan, me refiero a aquellas que te hieren el alma y te marcan para siempre. Casi todas las que han herido mi alma están producidos por haber podido observar lo miserable y egoísta que puede llegar a ser el ser humano.
Hace unos años, pocos, el reloj de la edad, ese reloj imparable de la vida, unido a una cierta sensación de cansancio y desilusión, marcaron mi salida del mundo de primera línea para pasar a descansar. El sistema te dice en ese momento ya eres viejo que tienes que abandonar el “club”. Y te vas y se acabó. Si eres cómodo y conformista, que es una de las opciones, te haces dueño del “mando de la tele” y te conviertes en un experto en zaping, vegetando hasta el día que te toque. Pero yo, inconformista por naturaleza, decidí que mi momento no había llegado aún, que si no podía correr caminaría, pero que me quedaba mucho por recorrer, que mi parada la decidiría yo y no ellos.
Comencé una nueva ruta, un nuevo camino, el camino de aprovechar la experiencia profesional acumulada para desarrollar un proyecto empresarial en el mundo de la inteligencia y, en el plano personal, desarrollar algo que llevaba oculto mucho tiempo y me apetecía sacar a la luz, la palabra. Con estas dos herramientas esperaba poder continuar en la lucha y poder atacar a los malos.
Hace ya algunos años conocí al Doctor José Miguel Gaona y a Joan Miquel Martínez, dos de esas personas que mi abuelo catalogaría como buenas y que era bueno tenerlas al lado. Con el señor Gaona, y enfatizo lo de señor porque señor es el que tiene señorío y a este le sale por los poros de la piel, y con el señor Joan Miquel, hemos mantenido una relación hasta la fecha en la que he podido gozar de su compañía y espero que ellos de la mía.
En el mes de marzo, fruto de la llegada de la pandemia y de la necesidad de informar sobre la desastrosa gestión que se avecinaba pero desde un enfoque profesional y científico, nació LA REUNION SECRETA, sin financiación alguna y con un esfuerzo personal impresionante. Ellos, supongo que viendo en mi una persona que podía aportar algo, aunque yo no estaba muy convencido, me propusieron participar y que las reflexiones que hacía en “petit comité” las hiciese ahora ante el público de su programa. Y así comenzó mi colaboración con este programa en el que me siento libre, me expreso como soy y puedo luchar con la palabra.
Ayer, dentro de esta escalada de totalitarismo que estamos viviendo por parte de algunas empresas del mundo de las nuevas tecnologías de la comunicación, la plataforma Youtube censuró un vídeo del programa, sin previo aviso y aludiendo motivos inadmisibles e incomprensibles que rayan la estupidez. Parece ser que unos señores que están en Estados Unidos o en otras partes del planeta pueden permitirse el lujo de censurar a cualquiera, esgrimiendo los motivos que les de la gana y sin más explicaciones que las que ellos consideren. Son estos individuos el nuevo tribunal de la Inquisición, el Ministerio de la Verdad y el Tribunal de Justicia Interplanetario juntos. Aunque verdaderamente lo único que son y representan es la nueva forma de totalitarismo en el mundo que amenaza con liquidar derechos que han costado siglos, muchas luchas y derramamiento de sangre conseguirlos.
Uno de estos derechos fundamentales, el que mas molesta a estos individuos, utilizo este término aunque se me ocurren un montón mucho más descriptivos, es el de la libertad de expresión, la libertad de decir lo que pensamos y sentimos. Saben que si nos despojan de nuestra capacidad de expresarnos nuestra libertad no existirá y nos habrán convertido en esclavos de sus propios intereses. Cualquier ataque a este programa o a cualquier otro, cualquier ataque a que alguien se exprese con libertad, por supuesto siempre dentro de los límites del respeto y la legalidad, es un ataque contra la democracia, contra sus cimientos, un ataque contra todos nosotros.
Los derechos fundamentales, entre ellos el de la libertad de expresión, tiene que ver con las necesidades de la sociedad que las reclama. Y esto no siempre tiene que ver con lo que algunos quieren que identifiquemos como legal o ético puesto que son ellos los que intentan siempre enterrar esos dos principios. Hoy mismo una amiga me enviaba una reflexión que comparto con ustedes: “El sistema quiere que pienses que lo que es legal es lo correcto. Pero recuerda que la esclavitud fue legal y el holocausto fue legal. La legalidad es una cuestión de poder no de justicia”. Y yo añadiría que el voto de la mujer era ilegal, el matrimonio entre personas del mismo sexo era ilegal y el algún país, en un escenario de locura legal, la ablación del clítoris y la lapidación son legales”.
Cuando hablamos de “interés social”, de lo que demanda la sociedad, no de lo que unos deciden que demanda su sociedad, debemos dirigir nuestras miradas al PODER, a aquellos que ocupan los lugares de dirección en los gobiernos, los que han recibido el encargo de defendernos a través de nuestro voto. Ellos son los que tienen la obligación de defendernos de estos “dictadores digitales” para que no se vean mermadas nuestras libertades.
Para las ciencias sociales el poder es la capacidad del individuo para influir en el comportamiento de otras personas u organizaciones sociales. El término de “autoridad” se usa normalmente para definir el poder cuando es legítimo, cuando está avalado por la elección de los ciudadanos y refrendado por la Justicia. Y yo me pregunto ¿quién ha elegido a estos señores?, ¿por qué me pueden limitar mis derechos sin contar con ningún argumento más que el suyo y el de sus intereses?. Al responder a estas cuestiones percibo que el cambio no solo se ha producido en el mundo de las nuevas tecnologías de la comunicación, sino que esta revolución ha afectado al reparto de poderes, asumiendo actores privados más poder que los Estados y los representantes legítimamente elegidos.
Manuel Castells afirma que “Las relaciones de poder constituyen el fundamento de la sociedad porque los que ostentan el poder conforman las instituciones de la sociedad según sus valores e intereses. El poder se ejerce mediante la coacción (el monopolio de la violencia legítima) y la construcción de significados en las mentes. Este proceso mental está condicionado por el entorno de las comunicaciones, es decir, la transformación del entorno de las comunicaciones afecta directamente a la forma en la que se construye el significado y, por tanto, a la producción de las relaciones de poder”.
El problema del poder inmenso asumido por estos señores es que está preñado de males endémicos del ser humano como son la ambición desmedida, el egoísmo y la insolidaridad. Y un cesto construido con estos mimbres es difícil que salga bien. Estas personas sin escrúpulos, estos dictadores digitales, como cualquier otro dictador, saben que tienen que controlar la libertad de expresión. No les interesa nuestra opinión porque ellos tienen la suya, no respetan nuestros valores porque van en contra de sus intereses y lo único que desean es que nos mantengamos calladitos y obedientes.
Y para llegar a cumplir sus objetivos cuentan con el apoyo o la inacción de muchos de los elegidos a los que entregarán una ínfima parte de su botín pero que les permitirá continuar apegados a su silla. No es posible lo que está ocurriendo sin connivencia del poder y sin el silencio de aquellos que deberían estar en primera fila protestando. ¿Dónde están los intelectuales que salen a protestar por las ayudas a la cultura ahora?, ¿qué cultura vamos a tener si no tenemos libertad de expresión?, ¿dónde están los escritores o académicos de la lengua cuya herramienta de trabajo es la lengua?, ¿dónde están los periodistas que viven del verbo para informar?. Me temo que ya hay muchos estómagos agradecidos y que, tal y como podemos observar en la gestión de la crisis del COVID-19, lo más importante es el dinero. Ni siquiera nos damos cuenta de que nos están tendiendo una trampa, una trampa mortal, en la que no perderemos la vida, pero si la libertad y una vida sin libertad merece menos la pena.
Perdemos un derecho detrás de otro y todos callamos y asumimos. Estamos en nuestras casitas esperando que alguien venga a solucionar lo nuestro o esperando a que esto sea un mal sueño y mañana al despertar ya no exista. Pues despierta sociedad, despierta porque esto no es un sueño, es ya una realidad. La realidad del dominio de unos poquitos sobre el resto de la población. Yo, por mi parte, seguiré expresando aquello que siento, con respeto, sin saltarme los preceptos legales, pero con la dureza que considere contra estas personas que representan para mí el verdadero enemigo.
No quisiera finalizar sin recordar un poema que ayer cito el doctor Gaona:
“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.
Después vinieron a por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.
Luego vinieron a por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron a por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.
Luego vinieron a por mí pero, para entonces, ya no quedada nadie que dijera nada”.

No perdamos de vista que vienen a por todos y que una de nuestras armas pacíficas, porque la violencia no es ninguna salida a nada, es esgrimir el verbo libre.

JORGE GÓMEZ PENA
CEO de HSI Consulting