Desde nuestra consultora de inteligencia HSI hemos intentado evitar hacer predicciones sobre cuándo se produciría la siguiente crisis económica y cuán dura podría ser. Sin embargo, en el mes de enero, cuando la línea general respecto a las expectativas económicas a nivel global era optimista, en nuestros informes de inteligencia advertíamos a nuestros clientes de que la influencia del COVID-19 (que ya estaba extendido en China y nos llegaban las primeras noticias de introducción en Italia) podía suponer un gran impacto sobre la economía mundial si se expandía del mismo modo en Europa y occidente en general.
En esa época, los índices de miedo (medida por la que se rigen los mercados para analizar el riesgo de inversión) era muy bajo. Los inversores no mostraban preocupación por el riesgo derivado del Coronavirus, ni de la posible crisis que asomaba en 2019 y nunca llegó.
Se pensó que el Coronavirus tendría sus principales efectos en China, sin efecto dominó, o sin efectos macroeconómicos de larga duración, como en el caso del SARS 2003, donde, tras un mal trimestre de caída en la demanda China, el consumo volvió a sus orígenes. Pero, finalmente, el número de infectados y muertes en China por el COVID-19 ha llegado a superar con creces el SARS de 2003. Por tanto, esta situación generó a partir de enero una crisis sanitaria sin precedentes en el país asiático del que muchas economías mundiales son dependientes.
Las primeras afectaciones a nivel mundial estuvieron relacionadas con las carencias en la cadena de suministros procedentes de China, la frenada en los préstamos y la caída de los mercados financieros; dando lugar también a una guerra de precios en el mercado del petróleo. Este escenario indica que la probabilidad de una recesión global es mucho mayor hoy que hace un mes.
Esta crisis sanitaria-social, además de las grandes partidas a utilizar por el gobierno para atajarla, provocará en nuestro país un aumento importantísimo del déficit, una caída en los puestos de trabajo y del gasto generalizado. En los últimos diez años España ha experimentado una línea ascendente en materia de tasa de empleo. Sin embargo, parece evidente que esta situación causará un fuerte revés a la viabilidad de un gran número de empresas, aumentando el desempleo y añadiendo aún más presión a las arcas del estado.
Los mercados financieros y los analistas predecían a comienzos de año escenarios más o menos optimistas. En realidad, estábamos llenos de posibles escenarios desfavorables como la guerra de tasas aduaneras, la deuda corporativa y los conocidos como eventos de riesgo de cola o cisne negro (escenarios negativos con baja probabilidad de ocurrencia, pero devastadores en el caso de producirse y que, una vez que ocurren, todo el mundo afirma que era un evento imposible de anticipar). Es decir, para la mayoría de los analistas, el índice de volatilidad era muy bajo y el mercado de valores era muy alto.
El mercado de valores no es la economía y la economía no es el mercado de valores puesto que habitualmente se mueven en direcciones opuestas. Cuando el mercado de valores bajó un 20% como ha pasado en las últimas semanas, la definición del Bear Market responde directamente al efecto de cola del Coronavirus. Este decrecimiento se corresponde porcentualmente al crecimiento obtenido en las seis primeras semanas del año. Sin embargo, puede implicar una nueva recesión derivada de la reducción del gasto debido al confinamiento. Si el consumo cae, las corporaciones limitan sus inversiones debido al incremento en el coste de financiación por la caída del mercado de valores.
Una recesión se define como una caída en la actividad económica; caída en el producto interior bruto, ingresos, empleo y resultados. Hay dos tipos de recesiones dependiendo de la causa: Las que son resultados de una alteración de la oferta y las que son resultado de una alteración de la demanda. En un escenario de oferta adversa la caída del producto interior bruto se acompaña de una subida en los precios; como por ejemplo la caída del petróleo en los 70, viéndose el precio triplicado en 1974 y duplicado de nuevo en 1980, ambas subidas generaron sus correspondientes recesiones, siendo las peores recesiones desde los años 30. Lo que está pasando tiene algunas tildes de aquello.
El Gobierno puede reducir los impuestos, incrementar el gasto público e implementar políticas monetarias para combatir cualquier recesión. Cosa que no funciona en un escenario de caída en la oferta porque estas medidas apoyan el gasto general, pero en una caída de la oferta el problema es que las compañías no pueden hacer frente a la demanda requerida. Actualmente se produce debido al confinamiento o al fallo en la cadena de suministro. En la crisis que se avecina, ni imprimir más dinero, bajar los tipos de interés, incrementar el gasto público o reducir impuestos ayudarán.
Aunque la situación derivada de la aparición del Coronavirus tiene semejanzas con las recesiones por falta de oferta, también subyacen características de crisis por la reducción de demanda (la más habitual en las recesiones), como la del 2008, cuando cayeron los precios del mercado inmobiliario, aumentó el desempleo y muchos propietarios no efectuaron el pago de su hipoteca. Esta crisis estuvo caracterizada por una reducción de gasto a nivel global. Si la actual crisis tiene elementos comunes con la pasada, las políticas de estímulos monetarios y fiscales podían ser útiles. Gracias a esas políticas monetarias expansivas se previno que la crisis mundial de 2008 se convirtiera en una nueva Gran depresión.
Podría decir que esta crisis sanitaria es como el shock del petróleo de los 70 combinado con la crisis financiera de 2008. Diversos analistas apuntan que la coyuntura actual puede alcanzar niveles tan negativos como los de la gran depresión. No obstante, desde nuestro punto de vista, según los datos actuales no pueden asegurarse unas afirmaciones de tal calado. También se ha extendido el pensamiento del caso opuesto en el que se augura el comienzo de la recuperación en seis meses, cuando, según estas opiniones, la peor etapa de la crisis sanitaria habrá finalizado. Tampoco estamos de acuerdo con este punto, esta es será una crisis profunda y, sin embargo, innecesaria, dado que tuvimos meses de avisos para prepararnos si nos hubiésemos fijado en la situación china.
Como en la crisis financiera de 2008, y los ataques terroristas de 2001, los líderes dijeron que era inimaginable que algo así pasara. Aunque en cada caso hubo informes de expertos que contemplaban esas posibilidades, pero primaron los intereses políticos. De la misma manera, durante los últimos años hemos tenido informes de una posible pandemia, siendo ignorados, lo que comportará pagar un precio muy alto por no prepararnos para este tipo de situación.
En medio de esta crisis sanitaria estamos dejando sin ingresos a una gran parte de la población, especialmente empleados temporales, hostelería, hoteles, aerolíneas y comercios. Del mismo modo que se observó en China, estos empleados ven reducidos sus ingresos, y disminuye su facultad de consumir. Para negocios que viven día a día sin apalancar sus operaciones supone una merma a su capacidad económica. Sin flujo de caja, deben cerrar. Además de las mencionadas empresas de servicios, también puede afectar gravemente a empresas suministradoras terciarias de cadenas de suministro de componentes críticos, que, si se ven obligadas a cerrar, generarán una crisis de oferta.
Parece que China ha recompuesto su cadena de suministro, pero el retraso en las entregas sigue afectando a Europa. Mientras, en occidente entramos en un periodo de caída en la demanda debido al confinamiento. Es más difícil hacer frente a este proceso cuando existe un desequilibrio mundial en la fase de oferta/demanda, siendo esta opuesta. En las próximas semanas seguirán produciéndose cierres de industrias mientras se va terminando el inventario para seguir produciendo, provocando una caída en la cadena de suministro, aumento del desempleo y su consecuente falta de poder adquisitivo. Tras todo ello tocará remontar la situación afrontando la caída de la demanda, el impago por parte de los clientes deudores y las limitaciones a la libre circulación que seguramente sigan vigentes tras la cuarentena.
No hay que dejar pasar la oportunidad de la crisis. Hay que utilizar la crisis para cambiar nuestra forma de actuar.
Jorge Gómez Pena