El año 2020 nos sorprendió con la aparición y rápida expansión de la pandemia provocada por el COVID-19 y 2021, en sus pocos días de vida, nos ha sorprendido con el “Asalto al Capitolio”, “La variante británica y sudafricana del COVID” y el temporal “Filomena” o, tal y como se le ha denominado “La nevada del siglo”.
Hemos podido observar como la SORPRESA y la ausencia total de PLANIFICACIÓN son las constantes en todos los casos, tanto en aquellos cuyo origen está en la acción de la naturaleza como en los que tienen su origen en la acción humana. La falta de estos dos componentes, esenciales a la hora de gestionar una crisis, denota también la falta de un trabajo de PREVENCIÓN, con un correcto análisis prospectivo. Y si hacemos referencia al refranero español, repleto de sabiduría popular, quizás la más sabia de todas, nos toparemos con refranes como: “más vale prevenir que curar”, “prevenir un tropezón puede evitar una caída”, “excava el pozo antes de que tengas sed”.
La ausencia de los componentes anteriores, absolutamente determinantes, y de otros, marca el desarrollo posterior de los acontecimientos e, irremediablemente, nos hará afrontar las consecuencias producidas por la crisis de manera reactiva, ósea, poniendo parches a todo lo que va sucediendo, pero yendo siempre por detrás de las circunstancias.
Cualquier fenómeno adverso generador de una crisis, sea ese del origen que sea, nos sitúa de inmediato en la necesidad de tomar decisiones con rapidez y eficacia, para intentar disminuir los efectos de esta lo antes posible. Y en este momento resulta imprescindible transmitir órdenes e instrucciones concretas claras y concisas, que no den lugar a ninguna interpretación posible, mantener la calma y soportar la presión interna y externa. Esta labor de dirección de las situaciones de crisis deben llevarla a cabo profesionales en la materia que asesoren a los cargos directivos, tanto de la Administración como de la empresa privada. Lo que suele ocurrir con las crisis es que son tozudas, tremendamente tozudas, y si no estamos preparados una y otra vez nos dejarán en evidencia.
Otra condición que va unida casi siempre a la explosión de una situación de crisis es la ausencia de información, la ausencia de datos, mientras que los acontecimientos se suceden con mucha velocidad. Esto nos sitúa en un escenario general de nerviosismo y tensión, característico de cualquier crisis, que obliga a que los responsables de la dirección de esta a ser capaces de mantener la calma y no ceder ante las presiones internas o externas. En estos momentos, máxime si la situación de crisis afecta a toda la sociedad en su conjunto, como es el caso de la pandemia, todas las decisiones deben tomarse primando los criterios profesionales sobre cualquier otro, al igual que deben primar las decisiones dirigidas a la protección de lo general por encima de los derechos particulares.
En los casos de la pandemia provocada por el COVID-19, y del temporal “Filomena”, concurre una circunstancia y es que la sorpresa no existió. Disponíamos de señales de alerta de la OMS y de otros países que recibieron el virus antes que nosotros y en el caso del temporal de nieve disponíamos de señales de alerta de la Agencia Estatal de Meteorología desde muchos días antes de que se produjera. ¿Cómo es posible que disponiendo de la información necesaria y de las señales de alerta nos pille por sorpresa y no seamos capaces de reaccionar a tiempo?. Pues creo sinceramente que no existe un solo motivo y sí un conjunto de ellos.
El primer problema es que no se cuenta con el personal profesional necesario. ¿Por qué?. Porque estar preparado cuesta dinero y para qué vamos a gastar dinero para prever situaciones de emergencia que no sabes cuándo pueden ocurrir. Este es el eterno dilema de los profesionales de la seguridad y la inteligencia puesto que nuestra labor es considerada o como un “intangible” o como un gasto. Son minoritarios los directivos de empresas o de la Administración del Estado que consideran la prevención y la preparación algo necesario. Así de simple y así de claro y afirmar cualquiera otra cosa, en mi humilde opinión, es desvirtuar la realidad. De todos modos, si vemos que la cosa se complica mucho siempre nos queda la UME.
En estos casos, como en casi todos, cobra valor la frase de una amiga y colega que afirma: “No sé si la inteligencia es cara, lo que tengo claro es que lo que es cara es la ignorancia”. Querida colega que razón tienes porque ahora deberíamos preguntar a todos aquellos responsables que no pensaron en esto, ni hicieron caso a los profesionales que les avisaban, cuál es el precio económico y en vidas humanas que estamos pagando. Así que sigan ustedes ahorrando y duerman tranquilos que lo han hecho muy bien.
Pero hablemos ahora de planificación. El problema en muchos casos no es la ausencia de planes, que sí existen, el problema es el tipo de planes que se desarrollan. Muchas empresas contratan planes de seguridad, emergencias o de otro tipo porque están obligados legalmente y no porque tengan ningún interés en estar preparados para afrontar estas situaciones en las que, como ya hemos hablado, ni piensan. En el caso de la Administración del Estado es mucho peor porque, siendo el órgano que exige este tipo de planes a las empresas o los ciudadanos, carece de ellos en muchísimas de sus organismos. Podemos poner como ejemplo el que en la mayoría de los hospitales de nuestro sistema de sanidad público no se dispone de un director de seguridad, asumiendo estas funciones una persona sin la cualificación necesaria. Del mismo modo, muchas de estas instalaciones no disponen de planes de seguridad o emergencia.
Todo esto nos lleva a que la mayoría de las organizaciones, públicas o privadas, necesitan un “documento de papel” que nos cubra ante la Administración. Si disponemos de personal y medios internos lo desarrollamos nosotros mismos y si no disponemos de ellos procedemos a contratarlo a una consultora especializada en la elaboración de este tipo de planes. Y el resultado es nuestro tan ansiado “papel” que procedemos a guardarlo en un cajón.
¿Qué es un Plan Director de Seguridad?. Es la definición y priorización de un conjunto de proyectos en materia de seguridad con el objetivo de reducir los riesgos a los que está expuesta la organización, a partir de un análisis de la situación inicial. Pues bien, casi todas las organizaciones se conforman con el “papel” que lo soporta todo y no llevan a cabo ninguna acción más al respecto.
Un “plan de papel” sin otras acciones es como no tener nada. Es necesario dotar a la organización de medios, humanos y materiales, es necesario entrenar, hacer simulacros, implicar al personal y que todo ello se ejecute bajo el criterio de la mas absoluta profesionalidad. Estoy cansado de observar el desarrollo de simulacros que el personal considera se llevan a cabo por imperativo legal, para hacerles perder el tiempo y su participación se produce de manera “zombie”, sin ningún interés y mirando de reojo la hora para terminar rápido. Nadie piensa que cuando los efectos de la situación de emergencia se produzcan ya no hay posibilidad de entrenamientos, ya no tenemos tiempo para aprender.
Estamos ante un modo de funcionar, ante una mentalidad directiva en la que se obvia que las situaciones de emergencia se puedan producir, lo que lleva a minusvalorar o ni siquiera evaluar las consecuencias que puede tener la misma. Y a partir de aquí todo va mal, nada está previsto, si nada está previsto no pueden existir los medios humanos y materiales, comenzaremos a improvisar, comenzarán a tomar decisiones erróneas personal no capacitado para dirigir este tipo de situaciones, los cambios de rumbo serán constantes y la comunicación ser basará en la mentira y la opacidad porque la verdad es inasumible y vergonzosa. Situación que a menudo denominamos “crónica de una muerte anunciada”.
Por último, abordemos los criterios de dirección necesarios en este tipo de situaciones. Si los que dirigen estas situaciones, especialmente en el caso político, no disponen de los conocimientos necesarios pero si imponen sus criterios, la velocidad de impacto y la tragedia están mucho más cerca. Creo que la imagen de la gestión de la crisis del COVID-19 es suficientemente esclarecedora. En este caso concreto, además, se utiliza el argumento justificativo de tener que tomar decisiones para cuidar la salud de los ciudadanos pero protegiendo la economía. Pues a la vista están los hechos, lo de la salud lo llevamos fatal y lo de la economía idem.
JORGE GOMEZ PENA
Experto en Inteligencia
CEO de la Consultora de Inteligencia HSI